Vampiros

Esta trágica historia que os voy a contar sucedió en los años ’20.
Tuvo lugar en los Cárpatos, más concretamente en la región montañosa comprendida entre la ciudad de Brasov y el Norte de Rumanía.

A menudo las montañas se cobran la vida de alguna persona lanzada a la aventura. Esto no hace falta que lo diga yo, pues de ello se encarga ya los medios de información. No es inusual que de vez en cuando ofrezcan noticias en la prensa, en la radio o en la televisión sobre casos de personas que han desaparecido en las montañas o que han perdido la vida. Pues bien, dicho esto a modo de introducción, creo que ya podemos empezar a explicar lo inexplicable.

¿Qué pasó realmente en aquella época y en aquel recóndito lugar? Según los pocos datos obtenidos hasta la fecha, algo de lo cual no se tiene respuesta definitiva aún. O lo que es lo mismo, un verdadero misterio, un expediente X. Yo, sin más, os cuento los hechos y cada cual que saque sus propias conclusiones.

Todo empezó una espléndida mañana de Abril de 1927, en la que el Doctor francés Maxime Cadoux partió con su avioneta rumbo a la ciudad rumana de Sighisoara. Lo acompañaba su buen amigo el ingeniero Anthony Daboin. Allí, en los Cárpatos los esperaban Alain, Thomas y el viejo Roman Faucheux; ilustres personajes de la burguesía francesa que también tenían como principal afición el montañismo y como segundo entretenimiento la caza mayor. Llevaban varios días esperando al doctor y al ingeniero, puesto que habían salido con premura temiendo el agravamiento de una tormenta. Ésta vez los cinco amigos habían decidido dedicar su tiempo de ocio al montañismo y para ello, habían pensado, que nada mejor que escalar algún pico rocoso de los Cárpatos. Durante los días de espera, no solamente a los dos que faltaban por llegar sino también a que se retirara el mal tiempo y con él la tormenta, Alain, Thomas y Roman pasaron las horas en una lúgubre taberna de Sighisoara. En dicha taberna mataban el tiempo jugando a las cartas, bebiendo tinto y comiendo carne de pollo ahumada. En uno de esos momentos en los que nadie suele hablar, seguramente porque nada hay para decir, uno de los gitanos qué se sentaban en la mesa del rincón menos alumbrado de la tasca, se dirigió hacia la mesa que ocupaban los tres franceses. Con cara de pocos amigos pero con la intención de querer saber, el gitano preguntó a los franceses hacia dónde iban. Roman, el más viejo de los tres, sabía medio-hablar el rumano y, tras un tiempo de absoluto silencio en el que todos se miraban, contestole que irían a subir los montes Cárpatos. El gitano, al oír la respuesta que dió Roman, palideció a la misma vez que se dibujaba en su rostro el asombro y la incredulidad. Al pronto, el gitano exclamaba, nerviosamente y echándose las manos sobre la cabeza, palabras casi ininteligibles para Roman. Otro de los gitanos se levantó y cogió a su amigo por el brazo y se lo llevó hacia su mesa, no sin antes decir:
– «Mi primo ya lo ha advertido”.- Esto sí lo pudo entender perfectamente bien el viejo Roman.

Ya cuando se encontraban en la fonda donde se hospedaban, Alain y Thomas preguntaron, hasta cierto punto intrigados, al viejo Roman:
– «¿Qué decía aquel hombre enloquecido? ¿Qué era lo que quería?»
– «No me echéis cuenta, pero por lo que pude entender, dice que los que estamos locos somos nosotros. Hablaba de vampiros y de gente que ha desaparecido allá arriba, en las montañas»
– «¡Ja, ja, ja! ¿Vampiros? ¿En las montañas? ¡Ja, ja, ja!”.- Thomas y Alain no paraban de reírse, lo hacían a carcajada limpia y con las lágrimas saltando de los ojos.
– «No tiene gracia. Los gitanos de Rumanía no acostumbran a mentir”.- Dijo Roman muy seriamente para que sus amigos frenaran sus escandalosas risas. Sin embargo, al instante empezó a mostrar una ligera sonrisa debida al contagio que le provocaban las carcajadas de sus compañeros.
– «¡Ja, ja, ja! ¡Vamos Roman, pero si tú por dentro también estás muerto de la risa! ¡Ja, ja, ja!».- Intentó pronunciar Alain a la vez que seguía riéndose.
– «¡Ja, ja, ja! -Ya el viejo Roman no aguantaba más, no podía contenerse y empezó a desternillarse de risa junto a sus dos amigos- ¡Dijo, ja, ja, ja, el gitano dijo, ja, ja, ja, que no subiéramos a la montaña, ja, ja, ja! ¡Vamos, que en seguida iba a venir yo de Francia para echarme a dormir y regresar sin haber escalado ni una maldita piedra, ja, ja, ja!
Todos rieron hasta reventar con las palabras y carcajadas del viejo Roman.

[…] A la mañana siguiente llegaron a Sighisoara los dos hombres que faltaban para completar el grupo: Maxime Cadoux y Anthony Daboin.
– «¡Qué alegría de veros! ¡Menos mal que ya habéis llegado! Estábamos preocupados por si os cogía la tormenta. Es peligroso volar los días de lluvia»
– «No, nos montamos en la avioneta justo antes de habernos enterado por la radio que el frente lluvioso se retiraba. No pudimos venir con vosotros, Anthony tenía que entregar un proyecto de N.C.C. , Nuevas Construcciones de Carreteras!”.- Explicó el doktor Maxime después de escuchar las preocupaciones expuestas por el viejo Roman Faucheux.

Ansiosos por querer subir a la montaña, los cinco montañeros franceses partieron esa misma mañana en dirección a los llamados «Alpes de Transilvania». Alquilaron un coche, no obstante tardaron varios días en llegar a los piés de la cordillera. Durante el viaje, el viejo Roman (que había estudiado la geografía de la zona y que, por tanto, poseía bastante información) iba instruyendo a sus amigos:
– «Veréis chicos, en Rumanía no hay picos con grandes altitudes. Nos tendremos que conformar con subir el Moldoveanu que tiene una altura de unos 2500 metros; es decir, serían unos 8200 piés. A pesar de todo, os garantizo que la experiencia puede ser grata y satisfactoria por cuanto cambiamos de rutina. Os recuerdo amigos que no estamos en Francia, esto es Rumanía, tierra extranjera y desconocida hasta ahora por nosotros. Chicos brindemos y lancémonos a la aventura. Creo que va a ser merveilleux”.- Concluyó descolchando una botella de vino blanco comprada en la taberna.

[…] Unos kilómetros antes de llegar a la base de la montaña tuvieron que dejar el coche ya que era prácticamente imposible circular por aquellos terrenos tan angostos y escarpados.

Los cinco amigos marchaban contentos y sonrientes hacia el pié de monte. Pero a medida que se iban acercando esa alegría iba disminuyendo como por arte de magia, como consecuencia de algún encanto malévolo o hechizo. Pues hay que revelar que, cada vez, el paisaje iba haciéndose más desolado, con menos recursos naturales a la vista, sobre todo arbóreos. No sólo el paisaje cambiaba sino que también el clima parecía menos agradable para cualquier ser humano. La neblina, el frio, la humedad y los tonos grises de las nubes iban dando al entorno un aspecto misterioso e incluso tenebroso. Todo era cada vez más oscuro, silencioso y, permítanme el atrevimiento, «fantasmal».
Desde luego que los montañeros marchaban ahora casi sin hablar unos con otros. Frente a aquel panorama decadente que ofrecía el paisaje, a cualquiera se le quitaban las ganas de hablar. A pesar de ello, en sus mentes llevaban todavía el empeño, propio de todo montañero que se precie, de querer subir la montaña.

Era poco antes del mediodía cuando los cinco amigos llegaron a la base del relieve montañoso que tenían planeado subir.
– «Puesto que desde aquí se aprecia poca dificultad para abordar la cuesta, veo conveniente que empecemos la subida ya, inmediatamente» .-Se atrevió a decir Roman a sus compañeros rompiendo, de esta manera, el silencio que había entre ellos.
– «Eso es lo que tú te crees, que no se nota dificultad. Pues que sepas, viejo, que por allá arriba no se puede ver gran cosa con esta niebla del diablo”.- Dijo el doctor Maxime mirando hacia arriba.
Thomas, por tal de que el viejo Roman y el doctor no entrasen en discusión, se decidió a hablar exponiendo casi sin darse cuenta su opinión:
– «Sí, a quince o a veinte metros no se puede ver muy bien con esta maldita niebla y además hace frio. Pero si subimos ahora, nos dará tiempo por demás de llegar antes del anochecer. Luego, el descenso es pan comido, no habrá problemas»
– «Pues bien, dicho esto, subamos. Creo que no hay nada más que decir”.- Añadió Alain, el más joven del grupo.

Los hombres emprendieron la ascensión y aunque el terraplén no era peligroso, siempre iban en fila india. Esta forma de avanzar por zonas de pendiente es característica de todos los montañeros. Román, el más viejo, caminaba delante. Lo dejaban siempre que fuera el primero por su larga experiencia en las montañas y para que pusiera el ritmo. Este hombre de pelo canoso y tez robusta se encontraba ya en mitad de los sesenta años de edad. Pero, a pesar de haberse jubilado cinco años atrás, seguía practicando su deporte favorito: el montañismo. Esto decía él que lo mantenía en forma.
El segundo hombre más viejo en edad era el doctor Maxime Cadoux, ke era bastante prestigioso en su profesión al igual que lo era en la suya el ingeniero Anthony Daboin. El doctor tenía 57 años pero, a diferencia de Roman, no quería ir en primeras posiciones, sino que prefería caminar detrás del grupo. Esta elección de ir en último lugar la hacía por si le ocurría algo a los que iban delante: una herida, un arañazo o rasguño, fatigas, mareos, fiebre,… Todo podía ocurrir a varios metros o kilómetros de altitud cuando se trepaba por una montaña. Por eso el doctor, gracias a su vocación hospitalaria, llevaba siempre consigo un pequeño botiquín de primeros auxilios.
Alain, por ser el más joven, lo dejaban siempre en medio. Pues para ellos era preciso que el joven, de 26 años, escalara en tal posición para que aprendiese de los que iban delante pero también que pudiese ayudar a los que iban detrás.

[…] Por ahora todo iba bien, salvo una excepción que parecía molestar a los hombres: el aspecto deprimente que captaban sus abiertos ojos de aquel paisaje hallado en lo más escondido e inexplorado de Rumania.

Horas más tarde, los cinco hombres se encontraban a punto de culminar la ascensión. Pero ya en aquellas alturas, digamos que en plena mitad de la cima, el cansancio y el frio se notaban en sus cuerpos. Hemos de recordar que los cinco hombres tuvieron que andar un buen trecho antes de llegar a los piés del altozano.

El viejo Roman todavía iba el primero, pero ya se encontraba bastante agotado; y es que, queridos lectores, la edad no perdona.

Poco antes de llegar al pico, Roman se agarró -casi por puro instinto, por reflejo tal vez, o porque lo hizo de manera inconsciente- a lo que parecía ser una mano. Alguien, quizás de buena fe, parecía ofrecer su mano al viejo para ayudarlo a subir en la cúspide de la montaña. No obstante, en muy corto espacio de tiempo, todos vieron caer al viejo Roman hacia el fondo del abismo, lanzando un ensordecedor grito de terror. Inmediatamente después vieron bajar a toda velocidad una sombra, una figura negra, algo indescriptible.

– «¡Dios mío! ¿Qué era eso? ¿Qué le ha pasado al viejo?”.- Preguntaba temblando de miedo el doctor, el último que lo vió caer.
– «No lo sé, pero debemos bajar rápidamente”.- Contestó Thomas también pálido y aterrado hasta la médula.

Los montañeros descendían lo más rápido que podían, incluso llegaban a rasgarse la ropa con algunos salientes. Sin embargo, no les importaba lo más mínimo cuanto pudiera pasar mientras bajaban. Lo único que tenía importancia ahora era encontrar el cuerpo del viejo Roman, ver a dónde había caído. Thomas, mientras marchaba cuesta abajo, preguntó conmovido al ingeniero:
– «Anthony, tú ibas el segundo, detrás del viejo ¿Qué fué lo que pasó ahí arriba?»
– «No lo sé. Creedme chicos, no lo sé. Por lo que pude ver, era una mano, una mano que asomaba arriba del todo. Pero no se parecía a una mano humana, era más bien una especie de garra. Roman se sujetó a ella y esa, esa mano lo soltó y lo tiró por el barranco»

[…] Cuando los montañeros franceses llegaron abajo encontraron el cuerpo inerte del viejo Roman Faucheux allí tirado. Todos corrieron hacia él.
– «¡Apartaos, chicos! Tengo que examinar el cadáver”.- Exclamó el doctor Maxime Cadoux nervioso y con el estetoscopio puesto ya sobre los oídos.
Todos obedecieron y en silencio contemplaban muertos de miedo las pruebas que hacía el doctor. Éste al ratito dijo totalmente asombrado:
– «No comprendo,… Ké extraño. Este cuerpo carece de sangre en su interior. Es como si algo o alguien hubiera extraído la sangre a través de esos aguijonazos o especie de mordedura que hay en el cuello»

[…] Desde aquel fatídico día los cuatro amigos franceses dejaron y olvidaron para siempre su afición por el montañismo.
¿Qué era aquello? ¿Qué era aquella sombra negra que bajó veloz de las montañas tras el cuerpo de Román que caía al vacio irremediablemente?

Relato de Marin El Punki – Perro Loko


Arnold Paole

Yo soy quien convierte la noche en día y el día en noche.
FELICES SUEÑOS

Arnold Paole, su caso y el de Peter Plogojowitz, registrados y documentados por las autoridades austriacas, se consideran los ejemplos mejor estudiados sobre la creencia cotidiana en vampiros.
Interesante historia, la verdad.

Tengo por costumbre desde hace algunos años celebrar el día de los difuntos con algo extraordinario y ayer mismo, 1 de Noviembre de 2012, decidí conocer el caso de Arnold Paole.

Yo aquí NO voy a descubriros nada nuevo, nada que NO se haya dicho ya. Cualquiera que lo desee puede consultar la wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Arnold_Paole) e informarse mejor que con mis propias palabras. Tampoco trataré de convencer a nadie sobre la posible existencia o NO de vampiros, cada cual que saque sus propias conclusiones.

Simplemente, os digo que de beber sangre, se ha bebido. El acto de beber sangre NO es nada nuevo, los propios masáis la beben mezclada con leche de sus vacas… Y NO digamos ya, el hecho de beber sangre humana o comer carne humana. Esto ha formado parte de las costumbres de ciertas tribus primitivas.
“En ciertas costumbres religiosas de los indios hamatsas del Canadá Noroccidental era obligatorio morder una parte del brazo, la pierna o el pecho de un hombre”. Esto mismo viene recogido en uno de los escritos de Erich Fromm sobre “Anatomía de la destructividad humana”. O sea que NO debemos de alarmarnos ante tales espectáculos de sangre.
Ahora bien, si por el hecho de tomar sangre, ya hay que considerar a alguien como vampiro… Eso NO lo sé, juzguen vosotr@s mism@s. Si al hecho de alimentarse de miembros de la propia especie se le llama “canibalismo” a la acción de beber sangre se le podría denominar “vampirismo” u otra cosa; repito, que NO lo sé.
Lo que sí está claro es que la fantasía a jugado grandes papeles en el mundo de la literatura y también en el cine. Véase “Drácula” de Bram Stoker, obra ejemplar de terror escrita en 1897 y llevada por primera vez al cine en 1922 como “Nosferatu”. Posteriormente se realizarían varías reproducciones más, todas ellas relacionadas al tema base de los vampiros y todas ellas llenas de supersticiones. NO en vano, siempre han causado esa sensación mágica de terror a la mayoría de los mortales. Por algo será.

NO me quiero alargar mucho más en el tema y os dejo con lo que en principio os quería dejar: Una de las Historias de Terror en audio más impresionantes del programa de Radio Nacional de España, la de ARNOLD PAOLE. Pincha y escucha, si te atreves:

<a href=»http://www.ivoox.com/historias-rne-arnold-paole-audios-mp3_rf_190631_1.html» title=»Historias de RNE – Arnold Paole»>Ir a descargar</a>